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El capital humano y la empresarización de sí. Parte I

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Hacia fines de los años setenta, en su rimbombante crítica a una agónica burocracia, llamada alguna vez jaula de hierro, el sociólogo francés Michel Croizer promocionaba la forma organizacional que debería reemplazarla, y lo hacía de una manera que al Chile de hoy le resulta tan familiar, que vale la pena citarlo: “La empresa es antes que nada la realización de un emprendedor: de alguien que emprende, que innova, que hace lo que no se espera de él, que aporta pues alguna cosa a la sociedad. Sin empresario innovador una sociedad se esclerotiza y declina. Además, una empresa es una institución en el sentido sociológico, la mejor institución que los hombres han creado hasta hoy para cooperar, para realizar lo que no habrían podido hacer de permanecer aislados [...] Despertar a la sociedad, devolverle su tono, supone ante todo liberar el espíritu de empresa” (No se cambia la sociedad por decreto 192).

De modo que la empresa representa un renovado modelo de civilización, ad hoc a los tiempos postindustriales, donde el emprendimiento desbloquea una sociedad gastada y permite supuestamente salir de la crisis en que ha caído la democracia liberal; por cierto, una problemática que, a juicio de nuestro sociólogo, también anidaba en los revolucionarios deseos de los estudiantes que agitaron los años 60; de ahí que un acontecimiento llamado mayo del 68 no habría consistido, Crozier dixit, en “una situación revolucionaria… sino más bien en una profunda crisis que fue revelada de forma revolucionaria, y el mensaje que esta arrojó quería decir algo” (The stalled society 128). Adelantándose a Milton Friedman, Crozier apuntaba a que prácticamente “en todo occidente la libertad de elegir de los individuos se ha incrementado tremendamente” (“Western Europe” 25), no así las condiciones para su realización. Por ello la revuelta juvenil representaba un punto importante, aunque no hay que ser un gran lector para comprender que el mensaje que portaba la revolución no era el mismo mensaje que leyó Crozier, que es, de alguna manera, el que ha terminado primando, como veremos luego. Relevante para nosotros es que este sociólogo intentaba llevar la sociedad postindustrial hacia su empresarización, quería reemplazar al Estado por las empresas y alcanzar así esa libertad que la jaula de hierro negaba.

Realizando un balance a inicios de los noventa, Crozier se lamentaba de que la sociedad todavía se encontraba bloqueada, pero en Chile, una revolución silenciosa cuajada desde los años sesenta, cumplía su sueño, y nos hablaba de una emergente, aunque desapercibida “sociedad de las opciones”. El personero del Consejo Económico y Social de Chile para 1988, señaló que, de mantenerse la estabilidad política (i.e. la dictadura), Chile sería un país completamente libre y desarrollado para el año 2000, similar a la California que cobijaba a Silicon Valley. Joaquín Lavín lo señaló de la siguiente manera: “la riqueza potencial que posee y la calidad de sus profesionales harán de este país, una nación líder en la exportación de uva, la incorporación de tecnología a la agricultura y la fabricación de programas computacionales” (La revolución silenciosa 33). Pero no solo toda esta maravilla sería realizable, dado que también tendríamos veloces sistemas de transporte que conectarían a Chile, y la descentralización habría sido casi completa, dado que la importancia de Santiago habría disminuido de manera considerable. Definitivamente estábamos, en la cabeza de Lavín, más cerca de Australia de que nuestros vecinos Perú y Bolivia.

Sería iluso creer que el promotor de esta revolución vivía en el mundo de Bilz y Pap. Lo suyo era una retórica neoliberal exhibitista dirigida a la mantención de Pinochet en el gobierno, y es desde esta óptica que con acierto se lo ha criticado. Sin embargo, podemos rastrear en su panfleto el advenimiento efectivo de la sociedad futura, pues una verdadera revolución que comenzaba a implosionar nuestros cuerpos, esa que los neoliberales llamaban sociedad del capitalismo popular, aquella donde la difusión de los talentos y las aspiraciones individuales, comenzaban no solo a desbloquear, como pregonaba Crozier, sino a desmantelar lo que incluso en Chile podríamos llamar sociedad fordista, con el sistema de seguridad estatal que le acompañaba. Con ello se iniciaba el rápido tránsito hacia el autogobierno que nos impone el neoliberalismo mediante el dispositivo del emprendimiento. El capitalismo popular fue el complemento de la privatización de la sociedad y la empresarización de sí que, gracias a la ley General de Universidad de 1981, permitió la emergencia de una antropología neoliberal: el capital humano, dispositivo del que hablaremos en la segunda parte de este texto.

Referencias

Michel Crozier. The Stalled Society. New York: Viking Press, 1973.
_____. “Western Europe”. Michel Crozier, Samuel P. Huntington
y Joji Watanuki. The Crisis of Democracy. New York: New York
University Press, 1975.
_____. No se cambia la sociedad por decreto. Madrid: INAP, 1984 [1979].
Foucault, Michel. El nacimiento de la biopolítica. Buenos Aires: FCE, 2007.
Valenzuela Silva, Mario. “Reprivatizacion y capitalismo popular en Chile”. Estudios Públicos 33 (1989): 175-217.


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